Bernard Herrmann - Psycho Suite

miércoles, 5 de diciembre de 2012


I


Cusack, el polémico astrofísico de la Tesla Science World vivía retirado desde hacía 5 años, instalado en su residencia de la Baja Normandía, un complejo residencial conocido como La Croix Blanche frente al imponente promontorio del río Couesnon. Desde las ventanas de su pequeño apartamento podía ver a todas horas, la gran estructura que acogía  la abadía consagrada al culto del arcángel San Miguel  o como le gustaba nombrarlo cuándo se refería a  él, al viejo estilo de la Edad Media: Mons Sancti Michaeli in periculo mari. 
Todos los días vigilante, observador, anotaba la cadencia del flujo y reflujo de las mareas y de un modo casi obsesivo también medía con una vieja instrumentación ya en desuso, la aproximación de la Luna a la tierra. Decenas de blocs repletos de números, esquemas, diagramas, dibujos y cálculos matemáticos casi imposibles de descifrar. 
Cusack podría estar aún en activo, pero le retiraron los fondos que amparaban una teoría brillante que relacionaba la Luna, las mareas y los viajes en el tiempo. Aquella idea descabellada obtuvo el beneplácito del Consejo, que vio en ella la oportunidad de hacerse un hueco en la sugestión popular por esta clase de fenómenos menos científicos, ofreciendo muchos titulares, libros, programas de televisión y entrevistas a lo largo de los 11 años que duraron los apoyos. Cusack con el tiempo, cada día más obsesionado y excéntrico, se volvió irascible, descuidado, desconfiado y sus anotaciones parecían más un algoritmo secreto que apuntes dinámicos y lógicos. 
En realidad la TSW nunca había creído en él, lo utilizaban como un reclamo, algo con que surtir el merchandising que tan buenos resultados les produjo, pero la deriva personal podía volverse en contra de ellos y decidieron quitárselo de encima, contratando en su lugar a una doctora Noruega especializada en instrumentación y sonido, cuya teoría hablaba de la posibilidad de estar en dos sitios a la vez, lo que es comúnmente conocido como bilocación en la sociedad científica  y que según decía, fue usado por la iglesia católica a lo largo de siglos en base a la conjunción de determinadas notas musicales, cuya secreta combinación hacía levitar supuestamente a los santos de la cristiandad, una técnica al parecer dominada en las abadías cistercienses y oculta en los cantos gregorianos que estuvo extendida en monasterios y conventos hasta 1495 momento en el que se diluyen todas las pruebas.

Newton mostró que la atracción gravitatoria dependía de tres cosas: las masas de los dos cuerpos y la distancia que los separa. Él mostró que la fuerza es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia. Eso significa que si consideramos la atracción gravitatoria de la Tierra sobre un satélite, la fuerza será sólo un cuarto si duplicamos la distancia al centro de la Tierra.

La insistencia de una joven escritora, licenciada en Ciencias Exactas, que estuvo abordándole a lo largo de todo el verano de 2009, mientras sistemáticamente recorría la playa con la bajamar acompañado de su bloc y un lápiz rojo con mina de carpintero, garabateando o escribiendo desordenadamente, pudo no ser una casualidad. La atractiva mujer de aspecto caucásico-mediterráneo, se ganó la atención de Cusack, aunque al principio solo supo oírle decir un seco "déjeme en paz quiere" antes de poder emitir ninguna palabra y mostrarse esquivo constantemente. Finalmente la constancia de aquella chica tuvo su recompensa y cierta mañana en uno de aquellos paseos, Cusack husmeando entre las rocas que cimentan la colosal isla, terminó de bruces y golpeado entre las piedras, inmóvil e inconsciente pudo morir allí mismo de no ser por la insistente escritora que lo descubrió y pudo ponerle a salvo. La marea había comenzado a subir y de haber tardado algunos minutos más no podría contarlo. 

Cusack repuesto y desorientado, le preguntó primero por su cuaderno de anotaciones.
-No se preocupe aquí lo tiene, el agua no lo ha tocado.
Después mirándola a los ojos le preguntó.
-¿Qué es lo que busca en mi?.
 -Mi nombre es Eugene Trosác, le he seguido a lo largo de estos años, he leído cuanto ha publicado, sé que usted ha descubierto algo más allá de la lógica. Yo si creo en usted. Soy conocedora de que vive en la más absoluta soledad, no tiene familia ni amigos y sus conocimientos no pueden perderse, sería un lujo demasiado caro. Desearía ser su testamento. Escribir sobre usted, acompañarle, ser su confidente cuándo lo crea conveniente.

Cusack observándola, encontró la compasión que nunca tuvo y terminó diciéndole.

-Lo pensaré, ahora tengo que marcharme, se me hace tarde. No se preocupe estoy bien.

Las semanas siguientes la complicidad entre la joven admiradora y el astrofísico fue creciendo, hasta el punto que Cusack aceptó que Eugene subiera a su desordenada casa y contemplase el santuario de sus apuntes y observaciones teniendo como testigo el majestuoso promontorio de Saint Michel, por una vez observador y observado se habían mimetizado.

Si bien la incipiente amistad que aquel otoño comenzó a nutrir a ámbos personajes se truncó un par de meses después, con el inesperado fallecimiento de Cusack, su avanzada edad, su maltrecha salud y aquel inoportuno accidente que le había perforado dos costillas, y que nadie supo hasta su muerte, se encargaron de debilitarle y acelerar el fatídico e inesperado desenlace.

Eugene fue interrogada por la policía, algunas sociedades científicas e incluso reclamada por la INF algo así como la inteligencia nacional para interpelarle sobre la vida de Cusack, sus anotaciones, comentarios o teorías, pero poco pudo aportar. Nada relevante. Finalmente concluyeron en la idea de que Cusack no era más que un demente obsesivo.

Apenas dos semanas efectivas de conversación fluida, algo confusa y a veces extraña a la que ella asentía sin comprender del todo, tan solo que repetía una y otra vez “la grande lune, la grande lune”, se refería a un tal Maynard, y volvía sobre sus anotaciones repasando sus cuadernos, revisando coordenadas, garabateándo una especie de cilindro sin sentido.

Eugene abandonó Mont Saint Michell no sin cierta pesadumbre, de vuelta en París, recuperó de su maletín de viaje, el Bloc nº 320-B, que días antes de su muerte Cusack le dejó en custodia, afectado por una crisis emocional que le hacía creer que estaba siendo vigilado y que ella había olvidado afectada por los acontecimientos. Recordando al viejo Cusack tomó con afecto y respeto, aquel pequeño libro de anotaciones con tapas de cuero, ajado por el uso. Aquel librito tenía tendencia a quedarse abierto en determinada marca una vez liberado del cordel de cierre. Inesperadamente el epígrafe de esa parte del bloc comenzaba entrecomillando las palabras GRANDE LUNE, y bajo ellas una anotación nerviosa dejaba leer: Año 991 d.C. Octubre. Maynard. Bretaña francesa, en Mount Saint Michel, la variación del nivel del mar llegará a los 16 metros. Año 2009 Octubre. La variación del nivel del mar llegó a los 16 metros, cápsula encontrada. Manuscrito depositado en lugar seguro.

Varias hojas en blanco más adelante contenía una última anotación: “Trosác es ahora la portadora”. 


II


La fría mañana de aquel noviembre Parisino se agitó ante un suceso de lo más extraño, despertando la curiosidad de todos los medios provocando toda clase de conjeturas y suspicacias.

Eugene aún conmovida por los acontecimientos que hacía muy poco había vivido, pisaba la calle lo justo para ir al mercado y comprar la prensa, aunque esto último venía siendo un acto mecánico. Le Figaró y Le Monde solían ser sus referentes de la actualidad. Ocupaba su tiempo ordenando apuntes, artículos y libros cuyo eje central no podía ser otro que el enigmático Cusack, sus teorías y sobre todo sus enigmáticos encuentros. Trataba de recordar envuelta en una paz casi monástica las conversaciones que mantuvo con él, esperando comprender algo que todavía no alcanzaba a entender y descifrar el sentido de las desconcertantes palabras escritas en el bloc nº 320-B.

Su estudio se situaba en la rue Berger justo frente a los inmensos jardines de Les Halles, desde el que podía observar también el singular edificio del Sindicato de la Bolsa y el Comercio de París. Su orientación al Este le proporcionaba que desde el amanecer y hasta el mediodía el sol iluminara suavemente la estancia, su mesa de trabajo, los libros, el croissant olvidado. Un cálido abrazo atmosférico la envolvía mientras degustaba una taza de Te humeante bien caliente ceñida en su bata azul, mientras que el constante rondó de la guitarra de su admirado Leonard Cohen interpretando The Partisan o The Famous Blue Raincoat perfumaban el ambiente y le proporcionaba el sosiego que necesitaba en estos momentos. Eugene gustaba de observar tras los ventanales acristalados de su balcón como la gente transitaba de un lado para otro o como lo niños jugaban en el parque de Les Halles.

En uno de esos paseos por el estudio, deleitándose con la música, el placido sol, la taza de Te y los lejanos sonidos de la ciudad cuatro plantas más abajo, observó los titulares de la prensa atrasada que aún no había leído, atraída por la sugerente noticia local que hablaba del descubrimiento en la estación de Saint Lazare en el distrito 8 de París, de un pequeño maletín que contenía diversos paquetes de fotografías antiguas, desconociéndose su autor y cuyo contenido las autoridades no habían aún revelado, pero sobre el que se había desatado todo tipo de especulaciones.

Se informaba que al llevar a cabo trabajos de mantenimiento, una bóveda de la estación cedió, dejando al descubierto una galería inaccesible hasta ahora que comunicaba con la estructura original del edificio que databa de 1837, en ella se encontraron diversos objetos de la época y el singular olvidado maletín sobre el que se centraba toda la atención de la noticia.

La cuestión a decir de algunos pretendía ocultar dos hechos significativos, uno que las placas encontradas estaban registradas en 1940 con patente Norteamericana y dos que al parecer uno de los envoltorios contenía 23 instantáneas, de niños con edades comprendidas entre los 5 y 7 años, que miraban fijamente al objetivo y curiosamente  todos ellos sujetaban lo que bien podría ser un pequeño libro, aunque la calidad de las imágenes no permitía saber a ciencia cierta que era exactamente. Las filtraciones a la prensa indicaban que parecían plasmas muy antiguos captados con objetivos que sufrían trabas en la precisión del enfoque y defectos en la obturación, por lo que las imágenes arrastraban la luz dejando una impronta fantasmal en las mismas. 

         A Eugene Trosác también le sobrecogió la noticia. Los hasta ahora apilados diarios absorbieron todo su interés, algo le decía que ese acontecimiento sujetaba alguna pieza del puzle de dudas por el que transitaba. La noticia la devolvió a la realidad. ¿Cómo llegó ese maletín allí, quién lo había situado en aquel lugar y que significado tienen esas instantáneas, si según desvela el Departamento de Urbanismo de París, aquella galería fue sellada en 1889?, ¿Qué explicación tenía todo aquello,?. París estaba conmocionada por el descubrimiento.

Imágenes: Homenaje a Vivian Maier la fotógrafa-niñera.
Murió en 2009 a los 83 años, pobre y en el anonimato.






III


Eugene repasaba los años que había dedicado a su frustrado esfuerzo por contar la verdadera historia del profesor Cusack. En el inventario de circunstancias que acumuló antes de trasladarse a Mons Sancti Michaeli, recordó una frase entre decenas de datos. Fue en la visita al Museo de Historia Francesa, allí en su formidable biblioteca medieval, descubrió expuesto “Un viaje al país del Arcángel” abierto entre las págs. 30-31, una frase llamó su atención sin entender exactamente por qué. “Desde siempre, una fuerza divina pareció atraer al hombre. Son seducidos por cantos del cielo, quienes logran franquear los obstáculos y la fatiga y llegan al santuario. Esos cantos son el eco de las plegarias y la música de los órganos”. Solicitó entrevistarse con su autora y conservadora, la historiadora medievalista Régine Pernoud, ésta accedió y fue conducida a la segunda planta, una vez allí se le indicó tomase el largo pasillo, en la tercera puerta con la inscripción “C” estaba su despacho.

Con gesto amable, antes de desaparecer de nuevo en el ascensor el asistente del museo le dijo.
-Anúnciese golpeando suavemente la puerta y espere, Madame Pernoud le atenderá enseguida.
La escasa iluminación y el silencio sobrecogedor del piso la mantuvo inmóvil por unos instantes, discretamente lo franqueó dirigiéndose hacia el pasillo silenciosamente, caminando sobre la larga alfombra color carmín. Eugéne algo excitada ya había desplegado todos sus resortes sensoriales y su capacidad de observación trabajaba a marchas forzadas, una sensación que la abordaba siempre que presentía que algo iba a ocurrir.
Aquella entrevista resultó extraordinaria, Madame Pernoud recordaba a una extraña monja de otros tiempos, compasiva en sus gestos, amable en las palabras, y generosa con la confusa curiosidad de Crosác. 

Entresacó las anotaciones que hizo respecto de la historia de Mont Saint Michell.
Hace miles de años, un bosque enorme llamado Scissy, fue situado como límite entre Normandía y Bretaña. En su centro, había un monte rocoso, similar a un monte de tierra para un entierro por eso lo llamaron el "Monte Tombe", el Monte Tumba. Hacia el Siglo IV, la región fue cristianizada y desde entonces, el bosque de Scissy y sus montes atrae a los hombres que buscan la purificación espiritual. Muy pronto se convirtió en un lugar de ermitaños. Seres que convivían exclusivamente con su soledad y su espíritu. Cada tanto, visitaba a estos ermitaños y se unía en sus plegarias y en el descanso, San Auberto, entonces, el obispo de Avranches, ciudad que había sido denominada sede episcopal, muy cerca del Monte. Un buen día, cuenta la leyenda, San Auberto recibió un mensaje del cielo. Era el año 708. En un sueño, se le apareció el Arcángel San Miguel y le pidió que erigiera en su honor un santuario sobre el Monte Tumba. Para dejar una señal tangible a la humanidad entera, el Arcángel toco la frente del obispo con la punta de su dedo, dejando una marca que los siglos no han podido borrar". Aun hoy se puede ver el orificio del cráneo del obispo que se conserva en la iglesia Saint-Gervais en Avranches.
De repente el corazón de Eugene se agitó y sus pulsaciones se dispararon. Recordó el origen del nombre de Cusak. Aniol en polaco significaba “mensajero de Dios”.
-Todos los ángeles lo son. Musitó con la mirada perdida.




IV
       La tensión de los recientes acontecimientos, las dudas que la acechaban y la reclusión voluntaria a la que se había sometido le estaban pasando factura. Necesitaba salir de la espiral que solo añadía confusión a sus ideas. Buscó en la agenda de mano y como siempre plegado en la esquina superior, abriendo el tránsito a la "C", allí estaba su fiel amigo y confidente Brunello. No lo pensó más, ir a Montalcino era lo que necesitaba en estos momentos. Buscó en su bolso el móvil y comenzó a teclear 39 347 3414..., al instante la voz amable de Brunello al otro lado contestó.

- Eugen, che gioia di sentire da voi, come stai?.
- Ciao Brunello caro, ho tanto da raccontare, desearía pasar unos días en Montelcino. ¿podrías reservarme el apartamento de Il Barlanzone, ya sabes mi preferido, el de la terraza. 
- Claro, como no?, no tengo huéspedes en este momento, todo tuyo. Va todo bien?
-Nada de qué preocuparse. La Toscana y tu compañía es lo que necesito ahora. 
 -¿Cuándo vienes?. 
- Espero estar mañana a la tarde. Un beso, addio.
- Ciao cara, a domani.

Eugene había conocido a Brunello en Siena, en un Seminario sobre el Renacimiento Italiano. Representaba a una estirpe familiar de etnólogos afincados bajo el Consejo de Siena en la pequeña localidad de Montalcino al norte de Italia. Sus bodegas tan conocidas como apreciadas son una seña de identidad en toda la Toscana. Bajo su dirección, decidieron restaurar la finca, un hermoso caserón de cuatro plantas donde generaciones anteriores habían vivido y atendido el negocio familiar, reconvirtiendo las plantas superiores en hotel rural, siendo conocido actualmente como Il Barlanzone. Varias habitaciones de gusto sencillo, son rematadas por la estrella de la finca, un apartamento con terraza privada desde la que se alumbra todo Montalcino. El lugar ideal en el que cobijarse y refugiarse con la complicidad de un buen amigo. Los aires del norte y una buena copa de vino harán todo lo demás.

En los últimos años, se hizo cada vez más necesario habilitar espacios dedicados a la restauración y la hospedería ante la constante demanda de los visitantes que solicitaban pasar unos días en Montalcino y poder disfrutar de aquel paisaje, su calma y los excelentes vinos.   Il Barlanzone situado en Piazzale Fortaleza junto al centro de la ciudad, es un punto de encuentro en el que degustar toda una gama de matices extraordinarios al paladar: Brunello di Montalcino, Santos Bondi, Antico Poggio, Soldera.  El Brunello di Montalcino se compara con los mejores Supertuscans, como la cabernet sauvignon o merlot.

Inspiró profundamente, había encontrado la medicina que necesitaba. Algo agitada, se dispuso a organizar su pequeña maleta de viaje. Antes recogió todos los documentos que cubrían su mesa de trabajo y los guardo cuidadosamente en uno de los cajones del escritorio bajo llave. Una vez cerrado, se volvió, abrió de nuevo el cajón extrajo la agenda de Cusack y la colocó sobre la cama junto a la maleta.






V



A través del portal de Air France registró la reserva del vuelo París-Siena. En dos horas pisaría tierras italianas, luego un apetecible viaje en autobús de apenas treinta minutos la llevarían a su destino. Ya conocía la ruta de otras ocasiones y la campiña toscana. El murmullo de las voces de las gentes del lugar y su gesticulación siempre le evocaban una infancia campestre, como si se reconociese en esos sonidos, algo tan absurdo como frecuente. En cualquier caso toda aquella escenografía la relajaban y Eugene se dejaba llevar.

Tuvo tiempo de abstraerse e irremediablemente una y otra vez volvía a Cusack, tratando de encontrar el giro que no acertaba a descubrir. Podía ser una especie de acertijo, una obstinación inútil o una quimera que no condujese a ninguna parte. No obstante sabía que algo no encajaba.

Fascinada con aquel personaje, Eugene Trosác se trasladó a Mons Sancti Michaeli  a principios de la primavera de 2009. Su diligente observación, la hizo ser testigo de cómo el profesor Cusack especialmente en la bajamar se mostraba inquieto, muy activo y especialmente laborioso cuándo coincidía con la luna nueva, períodos en los que el mar retrocedía espectacularmente, mientras que el resto de días era frecuente observarle con aparente calma, incluso llegaba a distraerse reparando en pequeñas rocas o la escasa vegetación a pie de playa, para finalmente sentarse en un peñasco y corregir sus anotaciones con la complicidad de la brisa transportada por las aguas del Canal de la Mancha que apaciblemente mecían su cabellos blanquecinos. Sencillamente pertrechado con un descuidado traje de lino color tierra y su inseparable sombrero flat, el cuaderno de anotaciones, su lápiz de mina de carpintero alojado en el bolsillo de la chaqueta junto a un velado pañuelo, un bastón de madera curtido en mil paseos, mitad muleta mitad ingenio y su viejo y descuidado reloj mecánico de pulsera, o lo que quedase de él, pues además de disponer solo de una parte de la correa, el cristal protector de las manecillas había perdido la nitidez de sus primeros días, pero era uno de sus inseparables compañeros de cálculo.

Ciertamente su solitario aspecto recordaba a los grandes científicos del Siglo XX por los que sentía gran admiración, a los que tanto respetaba y que eran sus referentes: Max Planck y su teoría cuántica, Einstein y la relatividad, Marconi impulsor de las comunicaciones, Edwin Hubble y sus descubrimientos acerca de la expansión del universo o su preferido Nikola Tesla el padre de la electricidad y sobre todo del electromagnetismo. Todos ellos fueron insistentemente referenciados en sus trabajos para la TSW.
Eugene persuadida por el ajetreo del autobús y la placidez del sol iluminando las viñas dejó por unos momentos Saint Michell. 




VI


Como aquella otra recién licenciada, Eugene descendió del autobús de línea y percibió la intensidad de los rayos del sol sobre su rostro. Brunello poco antes le había enviado un mensaje indicándole que no podría ir a recibirla, debía ausentarse, que todo estaba dispuesto, que le aguardaba una grata sorpresa y añadía una invitación que postergaba el reencuentro a la cena. 

Eugene se reconoció inmediatamente al caminar por aquel empedrado medieval, ascendiendo por la vía Giuseppe Mazzini hasta divisar el castillo y justo enfrente su refugio, Il Barlanzone.

Como si fuese observaba, nada más acceder al apartamento, recibió un nuevo mensaje de Brunello, que la invitaba a mirar bajo la almohada. Con cierta complicidad juvenil trató de encontrar alguna muestra de la común atracción que ambos se tenían. En su lugar un sobre repleto de anotaciones, fragmentos y apuntes, sin aparente orden y el libro “Física para la ciencia y la tecnología” lleno de anotaciones.  Perpleja por lo acontecido, comenzó a extender sobre la cama los recortes tratando de entender el misterioso mensaje recibido. 

Descorrió las cortinas, accedió a la terraza, contempló Montalcino y se alegró de haber vuelto. Excitada y sin nada mejor que hacer, decidió entrar en el juego. Descolgó el teléfono, pulsó el nº 9 y pidió a la recepción que le subieran  una botella de Salvioni, un excelente reserva rosado.

No acertaba muy bien a comprender aquel acertijo, los recortes hablaban de conceptos relativos al tiempo, el sonido... ¿cómo sabía Brunello el objeto de la investigación que llevaba a cabo junto al profesor Cusack?, los últimos cinco años no tuvieron contacto alguno y la discreción con la que gestionó aquel asunto deberían haber propiciado el mayor de los anonimatos en su investigación, en cambio toda aquella suerte de datos esparcidos ahora sobre la cama, le sugerían un camino paralelo que la inquietaban.

Eugene se sustrajo a un recorte publicado por el CORRIERE DELLA SERA el 2 de Mayo de 1972, se hacía eco de una noticia de lo más inesperada. Un monje italiano anunciaba que el Vaticano había inventado una máquina capaz de fotografiar el pasado. Contó que el aparato les había permitido asistir a momentos tan extraordinarios que el voto de obediencia no le permitía revelar. Le llamaron “cronovisor” al artilugio, un asunto que implicaba al mismo Pio XII que terminaría declarándolo secreto y finalmente sometiéndolo a un total hermetismo.

En su lecho de muerte, Ernetti afirmó haber creado junto con otros doce científicos, entre los que incluía a Enrico Fermi y Wernher von Braum, una máquina capaz de captar imágenes del pasado. Según narrara estaba en la Universidad Católica de Milán intentando filtrar los armónicos de cantos gregorianos con el franciscano y médico Agostino Gemelli, cuando éste, cansado de los fallos del equipo, invocó en voz alta la ayuda de su padre muerto. Inmediatamente después, los religiosos comprobaron que la grabadora con la que trabajaban había captado una voz que decía: «Yo te ayudo. Siempre estoy contigo».

Aquella inesperada psicofonía como se determinó en llamar a ese fenómeno se le presentó al Papa, la explicaciones y curiosidad suscitada en el mismo, propició la creación de un proyecto secreto que se iniciaría en los años cincuenta. Ernetti expuso que el principio de transformación de la energía, facilitaba creer que era posible “sintonizar” con imágenes y sonidos de todas las épocas que persistían flotando a nuestro alrededor, en una suerte de otro nivel. El benedictino Ernetti murió en 1994, y mantuvo hasta el final que el cronovisor existía.
Una anotación manuscrita de Brunello se colaba en aquella historia ¿por qué el sonido se propaga alrededor de las esquinas mientras la luz lo hace en linea recta?.





VII

Todo aquel arsenal de datos no hacían más que apuntar en una sola dirección. Realmente aquellos hechos aislados, que aparecían en la prensa de tarde en tarde, casos que se registraban como fenómenos inusuales, extraños o que simplemente provenían de la imaginación de sus actores ocasionales parecían guardar una relación entre ellos. El profesor Cusack ya se lo advirtió a Eugene, “la prensa se encargará de filtrar cualquier descubrimiento, todo quedará oculto bajo una capa de aspecto inocente”, cuándo hablaban sobre sus misteriosas anotaciones. Aquellas palabras no le sorprendieron entonces, ahora le sobrecogían. 

¿Qué sabía Brunello?, ¿qué pretendía decirle con aquello?, ¿se trataba de un juego?.

Eugene recuperó la llamada en su teléfono y pulsó el icono verde. El móvil esperó un par de segundos antes de conectar. Seis tonos y la voz de operador le advertía de que el número estaba fuera de cobertura. Volvió a repetir la secuencia dos veces más, finalmente cortó la llamada y volvió a la cama dónde el acertijo de noticias delirantes hablaban de un modo u otro de la posibilidad de viajar en el tiempo o algo parecido. Lo que no entendía que era toda aquella suerte de recortes de anuncios necrológicos. Diligentemente agrupó aquellas esquelas y buscó la relación. Al cabo de unos instantes, Eugene se estremeció. Todas aquellas personas testigos o informantes de los supuestos fenómenos habían muerto poco tiempo después.

Inesperadamente su móvil se activó, era Brunello.

-¿Qué es todo esto, qué significan estos recortes?, si pretendías burlarte de mi lo has conseguido, estoy francamente desconcertada.

-No puedo hablar mucho más, te lo explicaré más tarde, reúnete conmigo en la iglesia de San Pedro alrededor de las once de esta noche, junto a la escalinata de la fachada, procura pasar inadvertida. No deben relacionarte conmigo.  Ahora destruye todos esos papeles, los originales están a buen recaudo en una caja de seguridad en Roma. Confía en mi. Bep..bep..bep….

-Brunell...?

Angustiada y nerviosa, se prestó a cumplir con lo indicado por Brunello, reuniendo abrumada y confusa todos los recortes. Un manojo de papeles que acumuló entre sus manos y apretó en su pecho mientras se hacía de la papelera de metal dirigiéndose a la terraza. Atropelladamente buscó un encendedor en su bolso, después muy agitada abrió la maleta y trató de encontrar el “neceser”. Extrajo el pequeño bote de acetona que usaba para desmaquillar la pintura de las uñas, y lo vertió generosamente. Finalmente tomó un trozo de papel que usó de mecha. La papelera  prendió acompañándose de una llama generosa que inmediatamente se contuvo, dejando al cabo de unos minutos carbonizados todos aquellos papeles. Su corazón estaba a punto de estallarle. Vertió en la copa más vino y se quedó inmóvil por unos instantes tratando de pensar en todo aquello, tratando de encajar aquel golpe inesperado. No sabía por qué, pero por unos segundos volvió a las playas de Saint Michel.




VIII

Desde su preciado balcón a Montalcino, la tarde fue poco a poco dejando paso a una oscuridad silente.

- ¿Servicio de Habitaciones?.
- Si, que desea señorita.
- Querría solicitar una cena ligera.
- ¿En que ha pensado?.
- Tráigame unos huevos revueltos y un poco de jamón San Danielle… también un yogur natural de la casa, y algo de pan.
- ¿Algo de beber?.
- No, no, está bien. Gracias. Si, tráigame una botella de agua mineral también.
- En veinte minutos lo tendrá señorita.
Giselle aprovechó para darse una ducha. Dejó correr el agua caliente y escogió ropa de la maleta aún sin deshacer. Sorbió un poco de vino. El vapor había inundado todo el baño dejando una espesa atmósfera de vaho caliente. Sentir aquel manantial templado esparciéndose sobre su cuerpo se le antojaba un placer con efectos medicinales. Sin embargo, algo llamó su atención. Tras la mampara observó cómo el espejo dibujaba lo que podría ser un mensaje. Atónita permaneció inmóvil pegada al cristal, dudando de si su imaginación estaba yendo más rápido de lo necesario, aún así claramente se podía leer “sueños de la tierra y el cielo”. Aquella frase podía haberla escrito cualquier turista y quedar oculta en el espejo. No era magia, tan solo el  efecto que la condensación del agua. Aunque no sería la primera vez que se aprovechaba esta facultad para transmitir mensajes secretos. Giselle trató de ejercitar su lógica científica y despertar de aquella abstracción. No había acabado de secarse el pelo, cuándo llamaron a la puerta.

Suavemente de nuevo, tres golpecitos reclamaban su atención.
Ya no recordaba que era algo habitual en Roma, que el Servicio de Habitaciones adelantará algunos minutos el plazo dado, sobre todo si se trataba de habitaciones ocupadas por chicas. Cosas de Italia y de los Italianos o de la fantasía mediterránea de los turistas.
- Un momento, espere por favor.
- Servicio de Habitaciones señorita, ¿dónde se lo dejo?.
- Allí mismo gracias.
Su apartamento no presentaba precisamente el mejor aspecto, apenas llevaba unas horas allí y estaba desordenado, su maleta medio deshecha y ella desnuda y embutida en un albornoz celeste, algo que daría que pensar al mozo del Hotel.
Deparó que junto a la bandeja había dejado un paquete del tamaño de un libro de bolsillo.
- Es una atención de la casa. La Historia de Montalcino.
- Muchas gracias, Buona sera.
- Buenas noches señorita.




IX


Eugene se dispuso para el encuentro con Brunello. Como si de una turista más se tratase, sonriente pasó por la recepción, dejando ver distraídamente la Guía de Montalcino que poco antes le habían facilitado, sin hacer ningún otro comentario, esperando así no levantar ningún tipo de sospechas ni conjeturas ante aquel paseo nocturno.
La vieja localidad, dependiente de Siena, no tenía más historia que la dedicación desde tiempo inmemorial al cultivo y producción de sus excelentes vinos, de los más singulares de la Toscana y los más caros de Italia. Se decía que la curia reclamaba parte de su producción de tinto, y que aquellos caldos habían oficiado las liturgias del Vaticano y las opulentas mesas de Roma durante decenas de años.  
Realmente, para Eugene serían la luz y el paisaje de sus interminables viñedos, además del vino y la serenidad, y sin lugar a dudas su amistad con su ahora misterioso amigo. Una ciudad equilibrada, sencilla, medieval sin estridencias, en la que la piedra tejía calles y fachadas. Sus murallas, plazas e iglesias quedaban perfectamente mimetizadas sin imprimir un espacio típico o una peculiaridad especial. No obstante le resultaba curioso que aquellos campos mucho antes fuesen un bosque de acebos.
La noche hacía ya tiempo que se había echado y ahora una discreta iluminación cada vez más ausente, dejaban ver en el cómplice brillo del empedrado del pavimento las huellas de los carros, que durante años transitaron por ellas.
Finalmente llegó a la Iglesia de San Lorenzo y San Pedro, una osca estructura más románica que gótica. Un silencio ensordecedor y la oscuridad añadían más dramatismo al momento. Su corazón comenzó a bombear más rápido, algo que le ocurría siempre que su intuición se adelantaba a la propia percepción consciente del momento. Ojeó su reloj, había llegado puntual, sin embargo Brunello aún no daba muestras de su presencia. Pasaron unos minutos que le parecieron eternos, al mismo tiempo que ceñía paseos alrededor de la estructura, una especie de gran torre cuadrada rematada con una gran luminaria. Se apostó junto a las escaleras algo impaciente, pensando que pudiera haber sucedido algo durante las horas que la separaron desde su llegada hasta la cita.
Inesperadamente de sus sombras surgió una voz, determinante a la vez que temerosa.
-No te gires Giselle, solo escucha atentamente, tal vez tengamos otra ocasión para aclarar todo esto de una manera razonable. Dirígete al pórtico lateral, a la entrada de la Capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, un pequeño oratorio, la puerta siempre está abierta, espérame allí.
Diligentemente, tratando de parecer interesada en la arquitectura, se acercó hacía el punto al que la dirigió su mensajero, incluso extrajo el móvil del bolso y efectuó un par de tomas fotográficas, siguiendo en su papel de turista. Una vez allí, en aquella total oscuridad, apoyó levemente la palma de la mano sobre la pequeña puerta y ésta se entreabrió sin esfuerzo. No sin pensárselo dos veces, decidió atravesar el pequeño descansillo del gastado mármol rosa que presentaba unas inscripciones en latín desfiguradas por el transito de feligreses. En la penumbra de la estancia, cuya única luz era el reflejo de la luna entrando desde la misma sacristía por un efecto rebote, se adivinada un pequeño recinto, algunas sillas y reclinatorios, y una reja de gruesas filigranas que comunicaba y dejaba ver en penumbra la nave central y de dónde procedía un amable perfume mezcla de ceras y rosas. Sus paredes laterales rotulaban mensajes que con el tiempo la retina era capaz de interpretar: “El crepúsculo y el recogimiento te acercan a Dios”, “No tengas cuidado, te protegeré, yo soy Rafael, uno de los siete ángeles elegidos”.
Una voz que provenía del interior, susurro a Giselle desde la oscuridad.
-Comprendo tu estupefacción ante esta insólita situación, pero pronto encontrarás razones que lo justifiquen todo. En parte, descubrirás explicación al por qué de mi silencio estos años. Siempre te he querido, desde la primera vez que te vi y si no fuera por… -Brunello tuvo un instante de desfallecimiento antes de seguir-, es difícil de explicar. Soy sacerdote Giselle, no un sacerdote como tú conoces. Desde generaciones mi familia pertenece a la Compañía de los Disciplinados de San Pedro, oficialmente desaparecidos, pero en realidad nunca hemos dejado de existir, somos los guardianes custodios de un secreto ajeno al mundo. Desde niños, se ofician ritos secretos de iniciación que culminan cumplidos los dieciocho años con la consagración, una opción que viene implícita en el adn de mucha gente en Montalcino, Siena o Asís.
Estos años, me mantuve distante para no distraerte de tus investigaciones ni perjudicarte. Si se conociera la relación que mantuvimos podría ser fatal para nosotros. Por una parte, he vivido con esto desde que naciera, estoy plenamente identificado, lo he aprendido junto a mis abuelos, con mis padres, pero hubo un suceso que me alertó, que hizo que toda mi fe se cayese a pedazos. Mi hermano Luciano, comenzó a discrepar ante el Consejo y hace meses que ha desaparecido. La Compañía guarda un absoluto hermetismo. Me temo lo peor y no puedo aceptar la idea de que le haya pasado algo. Aunque no es la primera vez que ocurre algo parecido, pero… mi hermano –vaciló de nuevo- no, no es posible que le haya sobrevenido ninguna desgracia. Sé que estoy en peligro. Cuándo un familiar rompe su juramento de silencio o se muestra hostil, toda la familia está en peligro, nadie sabe quién puede ser el ajusticiador, todos podemos ser presa y jauría a la vez si la Compañía así lo decide. El secreto es tan grande que nuestras vidas no representan ningún valor frente a él. Transgredir la regla de reservare et silencium, solo es posible cuándo crees que el mismo secreto está en peligro, y sospecho que así puede ser.
 Giselle trató de conversar con él, la situación la estaba inquietando y los temores de su amigo ya le habían transcendido.
-Espera, trató Giselle de apaciguar a su amigo, al mismo tiempo que ofreció su mano atravesando la reja.
-No continúes, no digas nada más.
Un Brunello contenido y emocionado respiraba profundamente al amparo de la ausencia de luz. Finalmente tomó la mano de Giselle, y ella pudo sentir el pulso y la debilidad que transportaba, un joven frágil, temeroso y abrumado.
Giselle acarició su mano una y otra vez, tratando de mejorarle el ánimo.
-Tranquilo. Este es un lugar mágico y hay ángeles que te protegen, tú debes saberlo mejor que yo.
Justo cuándo me llamaste, habían aparecido junto al río los hábitos de Luciano perfectamente doblados, puede tener dos significados: bien que renuncia al voto de silencio y reserva o bien que ha sido despurificado, y enjuiciado. Luciano ha luchado desde el principio por ser un hombre más, y la Orden nos relega a meros guardianes, yo soy capaz de aceptarlo siquiera por no comprometer a mis padres, pero él, se volvió loco cuándo conoció a María, una chica de Florencia que suele pasar los veranos y fines de semana en la finca de sus tíos a las afueras de Siena. No fue capaz de contenerse. Mi padre no anda bien de salud, hace meses le detectaron un cáncer que poco a poco lo devora, y ahora con este disgusto…, aún no lo sabe, cree que está de viaje en Roma, y yo… no estoy preparado.
-¿Pero que es todo esto, guardianes de qué?, preguntó Giselle.
-Te resultará una insensatez, pero está iglesia oculta una puerta que conecta con los conocimientos del pasado y del futuro, esa puerta no puede cruzarla nadie, ni guardianes ni preceptos, solo el papa. Nadie pregunta, nadie sabe que hay detrás de ella. Justo en el mismo altar, a la vista de todos, de día y de noche. Pío II en 1506 puso el primer sello a la puerta, a la vez que ordenaba la construcción de la Basílica de San Pedro de Roma y desde entonces 65 papas han conocido al menos una vez su secreto. Curioso cuándo menos. Yo he sido testigo de dos visitas, ambas a las dos de la madrugada. Envueltas en el sigilo y la mayor de las reservas posibles.
-¿Una sala secreta?, ¿pero, que puede contener?.

-La tradición nos transmite que en ella se encuentra el saber perdido y el conocimiento futuro, aunque no se va más allá. La presencia de seres que la protegen desde dentro es bien conocida, en ocasiones se observan vibraciones, luces o sonidos muy atenuados por las paredes de piedra. Nadie que no sea un ángel puede estar allí. Otros dicen que la puerta conduce a un túnel que nadie sabe a dónde puede llevar.
-Brunello ¿ángeles?.
-Necesito decirte algo más Giselle, algo extraordinario…..










X


El desbloqueo metálico de una vieja cerradura retumbó como un diapasón en la nave central. La puerta de barrotes se abrió. Brunello protegido con la escasa luz se advertía cubierto por una cogulla, una especie de hábito monástico de color ceniza, ocultando el rostro bajo la capucha, la invito a pasar.

      -No tienes de qué preocuparte, en estos momentos solo confío en ti Giselle. Debo conocer tu opinión, descubrir la verdad es lo único que importa ahora. Mi vida corre peligro, pero aún más me preocupa más mi hermano, mi fe, todos estos años.

Brunello con sigilo cerró tras de si de nuevo la puerta, no sin antes cerciorarse de que estaban solos. Con sus manos indicó a Giselle que le siguiera sin hacer ruido.

-Hoy es mi noche de custodio, hasta las seis de la mañana no vendrán a relevarme, todas las noches, siempre hay un hermano protegiendo el templo, amortiguado en las sombras. Estamos solos. No digas nada, déjate llevar, solo se testigo del prodigioso misterio que pretendo mostrarte. Tal vez todo esto no te sea tan ajeno como puedas pensar en este momento y tal vez tan solo me haya vuelto loco.

El corazón de Giselle estaba a punto de explotarle, la entereza habitual de la que hacía gala estaba a punto de venirse abajo. La situación la estaba superando. Se limitó a seguir sus instrucciones deseando que acabase pronto aquel encuentro. No pudo evitar sentir miedo aunque no sabía a qué. Brunello ciertamente la estaba preocupando. Apenas era capaz de reconocer a aquel hombre, con el que había compartido joviales noches de universitarios.

-Ya hemos llegado. Musitó algo nervioso.

Después de caminar por el ala derecha, en paralelo a la nave central, y pasar ante varios pequeños altares, advocaciones locales de vírgenes y santos, llegaron al que hacía el número cuatro de un total de cinco. Nada extraño, nada que indicase que fuese especial, al contrario columnas de madera rematadas con yesos de dudoso gusto y en su interior un óleo con una consabida estampa costumbrista religiosa, Juan el Bautista caminaba junto a un rebaño de corderos.

-Siéntate. Lo que voy a mostrarte es un secreto, aunque creemos que el mismo ya fue revelado, desde hace algunos años, no dejan de sucederse visitas y extraños no paran de merodear por Montalcino, haciendo todo tipo de preguntas. Nosotros los custodios, nos encargamos de mantener el templo y todos sus símbolos. Nadie ajeno a la orden añade ni quita nada de él. Hará unos veinte años, estábamos trabajando afanosamente en este pequeño altar, cuándo un hermano detectó un trozo del marco desencajado, pretendiéndolo colocar bien, oprimió un mecanismo, éste ....

En ese instante, la tela de San Juan desapareció y en su lugar otra escena religiosa: clérigos, ángeles y la Santísima Trinidad sobre sus cabezas. Nada que objetar, pensó Giselle.

-Comprendo tu estupefacción, un cuadro religioso más, qué clase de misterio puede encerrar. Eso mismo fue lo que se advirtió a todos los hermanos, pero descubrimos que esta pintura no era tan desconocida como imaginábamos, de hecho algunos libros que la orden custodia bajo llave del prior guardan bocetos y tienen anotaciones manuales de hace decenas de años. No han pasado ni tres, que apareció por aquí un tipo extraño. Era de noche, coincidió con mi vigilia. El hombre que parecía extranjero, del Este diría yo, estaba en la sacristía en silencio, solo, observando todos los rincones, desde la oscuridad del templo lo vemos todo. En un momento dado, se aproximó a la cerradura y comenzó a maniobrar con la ayuda de una pequeña palanca de metal, al mismo tiempo que musitaba lo que parecía un soneto en una lengua extraña, que repetía incesantemente. Traté de persuadirle, le advertí de que llamaría a la policía si no se calmaba. El hombre parecía desesperado. No dejaba de decir, tengo que verlo, tengo que verlo, yo estuve allí, estuve allí, déjeme entrar, estoy perdido, estoy perdido.

-¿De que habla señor?, ¿qué quiere decir?.
-El secreto, el secreto, Giordano lo sabía.
-¿De qué habla?.

De pronto, como si percibiese algún peligro, salió disparado, tropezando con varias sillas que apartaba con cierta virulencia en su huida. A la mañana siguiente el río lo encontró flotando. Todos creímos que era un loco y ahí quedó todo. No obstante aquel nombre Giordano se quedó martilleándome, sin saber a qué obedecía aquella intuición. De pronto recordé, cómo el prior nos explicó el cuadro que se "había descubierto", en palabras de él, no era más que una escena del Colegio Cardenalicio, en el que estaban representados algunos cardenales y el Papa Clemente VIII en una sesión de estudio. Era cierto, todos aparecían con libros abiertos, y parecían debatir sobre algo que la escena no dejaba ver, pero el Papa además dirigía su mirada hacia algo.

- ¿Hacia qué?, se atrevió a susurrar Giselle.
- Fíjate bien y no digas nada.

Giselle solo tardó unos segundo en ver algo que no esperaba ver. Se llevó las manos a la boca para tratar de ensordecer un gemido que le nacía de dentro. ¡Santo dios¡, ¿qué es esto?.

La escena estaba coronada por las tres figuras de la Trinidad: Jesucristo, Dios padre y el Espíritu Santo que rodeaban y sujetaban lo que no podía ser otra cosa que algo similar al satélite de comunicaciones Sputnik o su homologo el Vanguard II. Una esfera metalizada que reflejaba el sol en su parte superior, con dos antenas de comunicaciones perfectamente rematadas y en su parte inferior lo que bien podría ser una cámara, la semejanza era extraordinaria por no decir que caprichosamente escandalosa. Solo había un problema, la tela había sido pintada en 1600 por Ventura di Arcangelo Salimbeni, y casualmente el Papa figurante en ella, Clemente VIII fue quién condenó a Giordano Bruno por hereje a la hoguera no sin antes, haberle retenido 8 años de los que no se saben nada, a pesar de los múltiples encuentros que al parecer mantuvieron.  

Brunello balbuceo..


  -Según consta en el fundamento procesal, no fue la afirmación de que el sol fuera una estrella el motivo de la condena, como tampoco la posibilidad de existencia de vida en otros planetas. ¿Que significado tiene todo esto, el cuadro, la hermandad, la puerta secreta?...

Ambos sobrecogidos, mantuvieron un largo silencio contemplando aquella pintura, hasta que unos acelerados pasos parecían dirigirse a la sacristía....


Salimbeni, Iglesia de San Pedro. Montalcino.

Otras imágenes: La Petite Ecole.

Continuará....